lunes, 20 de febrero de 2023

Una Nueva Oportunidad - Capítulo 8 - Una palabra, dos significados


    Desde los tiempos más remotos, los seres se valieron de dualidades para definir ciertas cosas que existían, ya sea para diferenciarlas, clasificarlas o contrastarlas. A decir verdad, solo buscaban o seguían el concepto de equilibrio, “sin él nada existiría”. El miedo a esa nulidad les hacía buscar una y otra vez, les hacía velar por la existencia de dos extremos y, según se creía, ese miedo hacía afianzar la esperanza. Pero más allá de todo extremo, más allá de blanco y negro, día o noche, luz u oscuridad, ..., no supieron ver que había algo más fuera del alcance de su vista, o tal vez tan cerca como delante de sus narices, justo entre ambos extremos. Por un tiempo, al percatarse de ese “punto medio” todos creyeron que la respuesta era un matiz de gris, atado a la posibilidad de ser más claro u obscuro según el criterio. Pensaron que el escape era la tarde o el mediodía, sin percatarse –o tal vez sí- de que según la estación estaría más o menos iluminado, devolviéndolos a ese “equilibrio” para respirar en paz. Incluso se llegó a decir que era el ser humano aquel que, privilegiado o no, tenía una mezcla de fuerzas que debía purificar o que podía llegar a perderse en el sendero oscuro (De hecho, tal vez, esta última fuere de las más acertadas).

    La lucha de conceptos entre los puntos medios dio dos pasos atrás y los opuestos regresaron a disputarse el poder de todo nuevamente, ya que, cualquiera que alcanzace un punto medio, debía elegir uno de los dos caminos, de los cuales solo uno sería el correcto. Así nació la creencia de que: a lo largo de la existencia hay un camino, tal vez difícil, que será el bueno, y otro que, aunque se presente muy fácil o bonito, será el malo. Todo ser es puesto frente a esa encrucijada al menos una vez en la vida y si opta a conciencia por el segundo camino, deberá ser erradicado de todo contacto con el primero; si, por otra parte, se pierde, tocará evaluar los riesgos para encaminarlo, rescatarlo o convertirlo en un ser sacrificial a cambio del sosiego del hambre de lo oscuro. Y viceversa. Equilibrio, siempre equilibrio, y mientras unos pisan tierra firme, otros aún caminan la cuerda floja.

    Con el paso del tiempo todo concepto se desgasta, se traduce, se moldea, se adapta, se renueva o se aplasta. Muchos aprovecharon eso a su favor para clasificar bien y mal y sin querer perder, apostaron a ganar y aquello rompió su preciado equilibrio. Aún así, hubo quienes se arraigaron en la cultura o en los orígenes de las cosas y rescataron una parte de la verdad.

    Lucifero es una palabra en italiano y, como tantas otras en diferentes idiomas, tiene un significado ambivalente: por su fonética puede intuirse que Lucifer es uno de sus significados, eso mismo, Lucifer, el ángel caído, que es uno de los tantos nombres que se utiliza para definir a lo que comúnmente llamamos diablo o demonio; algo malo según algunos puntos de vista. La otra definición de la mismísima palabra, es: luminoso, que emite luz o que tiene luz, lo que se alía con el concepto del bien. Veamos entonces, bajo el mismo concepto podemos estar hablando de uno u otro extremo; como de costumbre, se podría elegir el que mejor cuadre con el contexto, o tal vez no. ¿Por qué englobaríamos dos opuestos en una sola palabra? Tal vez porque esos extremos no existan y solo sean una excusa para avanzar o retroceder en nuestro itinerario de vida o, tal vez, para definir exactamente ambas cosas, como un punto de encuentro entre los dos, el límite exacto entre los extremos.

    Al margen de la creación o la evolución del ser humano, lejos e su expansión, crecimiento o asentamiento, aislados de las creencias “humanas”, pero conscientes de sus conceptos, nació un lugar inspirado en Agni Gaia; no, mejor dicho, un lugar remoto, demasiado lejos de aquella tierra como para impregnarse de su estructura, su caos o su gloria, pero con sus mismos principios. Sin embargo, compartió desde el comienzo el fin de mantener la paz o aquel “equilibrio”, aunque … a decir verdad, nunca se interesaron realmente en ello, pero, para quienes lo vieran desde fuera, así lo parecía; incluso cuando todos se percataron de que esta tierra terminó siendo totalmente antagónica a la anteriormente nombrada.

    No hubo hombres como integrantes de esa nueva “comunidad”, no hubo un juicio de bien o mal, un dominio o conquista de territorio, ni paz, ni guerra y, sobre todo, lo que menos tuvo fue un líder absoluto. Esa magnífica tierra sin nombre conocido era el hogar de los espíritus de cientos de “animales”: desde minúsculos hasta enormes, aquellos que esperaban a marchar como los que se quedarían eternamente, los más comunes y los más desconocidos, algunos famosos y algunos míticos; ellos tenían su lugar de descanso en las praderas y en las montañas y lo más espectacular era la aparición de ciertos lobos en un momento determinado. Habiendo cientos de variedades, los lobos blancos y negros eran los más extraños de ver, ya que unos solo aparecían la primera noche de luna llena y los otros solo la primera de luna nueva. Se decía que su existencia estaba atada a guardar esa cara de la luna y buscaban mutuamente en un ciclo sin fin a aquel que lo complemente sin lograr encontrarse, pero sin importar cuanto tiempo pasase, volvían a insistir, pues tenían la esperanza de que algún día, cuando la luna creciera o menguase, tal vez pudieran escaparse hasta la mitad; no fue sino hasta que la Tierra eclipso a la Luna que pudieron finalmente reunirse. Curioso ¿verdad? Tanto afán por unir ambos extremos y son los protagonistas. Pero más curioso les será que los primeros habitantes fueron conducidos hasta esa tierra por un lobo muy especial, no era blanco ni negro, era ambos y ninguno; la última huella de la mismísima loba que hubo criado a los reconocidos Rómulo y Remo, fundadores de Roma. No era un ser viviente, sino un espíritu que había nacido allí de la fusión de: el de la mencionada criatura, con otro espíritu.

    Los primeros en llegar a esa “tierra sin dueño” fueron lo que se conoce como un ángel y un demonio, quienes compartían un lazo muy fuerte… no era amor del típico prohibido que lleva a romper las reglas supremas o algo así, no, era del tipo fraternal… aunque no era fácil de admitir, por lo menos para uno de ellos dos. Eran descendientes de un ser supremo, habrían sido lo que se llamaría deidades a no ser por una pequeña particularidad… Aquel hijo único, heredero poderoso, se dividió en dos por la fuerza de la creencia en los extremos, por lo que ya no era un dios completo, y así, uno fue “luminoso” y otro oscuro o “Lucifer” (referido a Lucifer, el diablo); pero ambos compartían aún el corazón, en sentido figurado por supuesto, ello impedía que pudiesen alejarse más allá de cierto punto, y tampoco podían emular la esencia del otro, ya que, de lo contrario, sería imposible su existencia. Dos extremos que se tocan, tan aferrados inconscientemente el uno al otro, que les era imposible separarse, por lo que se tomó la decisión de enviarlos a un lugar donde no puedan ser juzgados o separados, pero donde ellos tampoco puedan aprender a juzgar, para evitar problemas. Era una vez de cada millones la que ocasionaba esa especie de ruptura, siendo más fuerte que cualquier cosa aquella creencia, cada vez más difundida, pero ya que esos individuos tenían una longevidad especial, pronto la tierra sin nombre pasó a ser poblada por varios pares de individuos; los que comenzaron a desarrollar algo así como una forma de vida y, luego de un tiempo, la relación que desarrollaron unos con otros les dieron la decisión de devenir más humanos. Dadas ciertas circunstancias especiales, los que no perecían ni sucumbían a su existencia, se convertían en guardianes; estos evitaban que otros intenten tomar o contaminar su hogar.

    La nueva ciudad se convirtió en una más, solo que por dentro era algo de gran hermosura, siempre bajo control, serena y, por supuesto con grandes y magníficos secretos. Al principio solo era un lugar de paso, pero con la llegada de la tecnología las personas comenzaron a llegar y, a cambio de la promesa de mostrarles el mundo a unos cuantos, fueron bienvenidos a quedarse a vivir allí; siempre comprometiéndose a respetar las costumbres del lugar. A medida que el tiempo siguió pasando y un vínculo más fuerte unió a los pobladores de esta ciudad entre ellos. Los niños que comenzaron a nacer fueron simplemente comunes, o gemelos opuestos.                         Eventualmente, algunos de los últimos seguían a los primeros, consiguiendo cierta templanza. Se volvió una posibilidad remota que un Lucifero aparezca, de hecho, nunca había sucedido desde que los semidioses devinieron más humanos que naciera un niño que, de entre otras cosas, de un momento a otro mostrase una apariencia diferente que la suya propia y que en realidad tuviese ambas condiciones, luz y oscuridad, totalmente separadas dentro de un solo ser. Pero, técnicamente, ello solo se daría si naciera un descendiente único, o una tríada, cosa extremadamente rara en una comunidad en que solo nacían gemelos.

    Lucifero fue la forma común para denominar a aquellos niños que, nacidos rara vez de un Lucifer con un Luminoso, combinación que era fatal, y más comúnmente de un humano nativo con uno originalmente humano, poseían una apariencia alternativa, dado que sufrían una trasformación condicionante que debían aprender a manejar y contener. Por lo general esta se manifestaba frente a un suceso traumático o trascendental, con un ojo de cada color, comúnmente uno claro y uno oscuro, y la mitad de los cabellos rubios o plateados y la otra negra, entre otras características; como por ejemplo: perder la voz cuando se acercaban a la luz algunos, a la oscuridad otros; perderla solo cuando hablaban en la lengua de su antecesor humano o, simplemente, no poder hablar sino en una lengua mágica… en cuyo caso podrían agotar fácilmente todas sus fuerzas si no estaban acostumbrados a su apariencia real, que se presentarían en cuanto hablen. Una de las curiosidades más destacables acerca de estos niños es que, pese a ser muy queridos y/o respetados por sus padres siempre fueron enviados lejos de ellos para evitar ser influenciados por los mismos (al menos hasta la mayoría de edad o hasta que su transformación suceda, dejando, entonces sí, el acercamiento a la libre voluntad del Lucifero). Quienes los rodeaban solían ignorar su condición, a excepción de algunos opuestos que no debían interferir en sus decisiones, y su cuidado estaría a cargo de alguien que el propio niño eligiera, con ciertas condiciones: “Debe estar rendido y solo, pero con fuerzas suficientes para levantarse por ti si le das la oportunidad y por sobre todo: que sea un humano que haya creído en el bien y en el mal y haya decidido seguirte”. La regla de elección era una clase de lección, ya que no había bien o mal predominante en estos niños, no había extremos porque de aproximarse a alguno arriesgarían sus vidas o dejarían de existir. La mayoría de los reclutados eran personas que ya no tenían un objetivo de vida y se les otorgaba uno nuevo para que cumplan con el resto de su tiempo de vida, otros ya escapaban o se arrepentían de sus vidas, aunque también los había caballeros en armadura que, al ser salvados, juraban lealtad ofreciendo su vida en forma de pago; así como los había muchos que enloquecían, reían incrédulos o lloraban al ver la verdadera apariencia y al hacerlo intentaban servirse de ellos o lastimarlos, incluso algunos intentaban revelar el secreto al mundo y morían a causa de cierto juramento que debían hacer antes de cerrar el trato o a manos de alguien que realmente cuidaba de ese niño.

    Cuando las cosas se presentan tempestuosas por excesiva devoción o despectivo rechazo, así como con cosas que llevan a la muerte, ya sea causa física o espiritual, por traición o fanatismo, los Luciferos son quienes sufren las consecuencias (esto incluye cualquier auxilio o condena para su guardián) por la falta cometida a la condición de mantenerse neutrales. La parte más complicada de todas reside en que se los considera más listos que los luminosos, más fuertes que los Lucifer, más longevos que ambos; con solo decidir hacerlo, podrían dominar el mundo, sencillamente nunca lo hacen debido a otro pequeño detalle: los Lucifero juegan demasiado inocentemente como para tomar una decisión de tal magnitud…

    Hay Luciferos que nacen con su identidad y otros que la develan luego de algunos años, lo que hace surgir incertidumbre, por lo que las tradiciones o juramentos se hacen a partir de la edad de dieciséis años para minimizar los riesgos, ya que de existir la presencia de pactos de sangre, estos podrían ocasionar un efecto mortal en tales individuos si dicho fluido vital proviene de alguno de los extremos: luz u oscuridad. A partir de dicha edad es que comienza oficialmente cualquier tipo de entrenamiento para prevenir daños colaterales fatales, lo que no significa que los jóvenes no tengan facultades para desarrollar su fuerza o espíritus por si mismos.

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