El año pasado empecé a escribir una novela luego de emocionarme con la idea de escribir algo de policial o mafia... la idea era entrar en un concurso que se sucedería en quince días y exigía no menos de 250 págs. Bueno, por más optimista que fuere, me pasé de ego, por supuesto no llegué; al día de hoy (casi un año después), y tras varios bloqueos, estaré arañando las 100, pero la inspiración quedó y salió lo que verán, que puede o no ajustarse al género (sorry, not sorry). La realidad es que quiero compartirlo para que lo lean, pero tiene contenido un poco sensible por lo que me limitaré aquí a presentar solo una parte y el resto en wattpad bajo la categoría correspondiente.
Sin más: Que lo disfruten
-: Richards… Richards… ¿aún sueñas?
La
voz provenía de detrás de los barrotes de la prisión que le contenían; sus penetrantes
y profundos ojos escudriñando su alma.
El puñetazo resonó en
la celda, estrellándose contra el piso luego de haber caído de rodillas.
-: ¿Cómo demonios
llegué a esto?
Capítulo 1, Perfil 1: Angus
McMurray
¿Sabes
lo que es un cuarto oscuro?
En este hay dos
personas hablando. Contrario a la idea que el lector pudiere hacerse, estos dos
no llegaron aquí con la intención de hallarse en tal situación sino que
coincidieron en una especie de redada. Su objetivo era una casa segura
sospechada de ser una cocina de opio. El movimiento de grandes cantidades de
dinero y camiones y autos de lujo circulando la zona, junto con su clave de
entrada al juego: “Popy”, entre otras, les pareció evidencia suficiente para
convencerse del tráfico.
Ambos sujetos, que enfrentan
ahora una situación aún más compleja, permanecen hablando entre ellos y se
toman el recaudo de dedicar una mirada furtiva cada cierto tiempo a un
muchachito de unos dieciséis años que apenas sí mantiene la mirada.
-: ¿Que estás seguro
que será funcional? El chico está ido, también bastante flaco al parecer.
¿Cuándo fue la última vez que lo alimentaron esos malditos?
La voz fastidiosa y
cascada de un hombre en sus cuarenta y tantos llamó la atención de su
interlocutor, quien miró con una media sonrisa la pantalla de su celular.
Frente a la imponente actitud del primero, la suya se muestra abierta y
confiada, tal vez demasiado.
-: No seas quisquilloso
Angus, este será. Nadie más soportó tanto manteniéndose tan íntegro; el jefe
dijo que tenía buenos ojos.
-: Un psicópata tiene
buenos ojos y no deja de serlo… -replicó con ironía.
-: ¡Ja! Hehehe… y mira
quien lo dice.
El muchacho cubrió sus
ojos y rio sarcásticamente con un falsete casi en sordina en el tono, espiando
entre sus dedos con cierta cizaña. Una chaqueta voló a su cara estrellándose
contra ella.
-: ¡Cállate idiota! Y
cúbrelo.
Angus la había arrojado
y se mostraba indignado. No esperó a la reacción del otro, se retiró azotando
la puerta y el niño dio un respingo, como si apenas hubiese logrado recuperar
la conciencia.
***
-: Al menos lo del
dinero fue cierto. –Se oyó una voz entre incrédula y divertida.
Por el rabillo del ojo
Angus atinó a ver unos zapatos lustrados de la talla del cuarenta y dos,
pateando uno de los bolsos de dinero. No se necesitó ni un gesto más para que
se arrojara sobre él y le moliera a puño limpio la mandíbula. Fueron necesarios
tres de sus mejores hombres para contenerlo y alejarlo. Al hacerlo, el agredido rompió en carcajadas; como toda
respuesta Angus lo escupió y desenredándose de las manos que lo aprisionaban,
sacudió sus ropas y lo fulminó con la mirada.
-: Hubiese preferido
las drogas. –Terminó amargamente.
Saliendo por un pasillo
en penumbras hacia la sala principal, vio más bolsos y cuerpos, el lugar había
sido casi completamente arrasado. Unos cuantos metros más adelante desembocó en
una amplia sala de estilo victoriano en la que un gran sillón labrado, de fino
terciopelo rosado, capturó su atención. Allí, casi escondido entre el respaldo
y un cojín que hacía equilibrio, había una pequeña nota doblada. Fue difícil
tomarla sin dejar caer el cojín y sin tocar ninguna otra superficie, pero, al
lograrlo, la adrenalina de una satisfacción pasajera cruzó la mente de Angus hasta
que desdobló el papel y una foto cayó de dentro de este; tan devastado se
sintió que casi se desploma sobre el mismo sillón que había evitado tocar por la
escena del crimen que representaba el cuerpo rematado bajo el cojín.
Su cabeza intentó razonarlo como detective, pero sus piernas aún pesaban y no lo dejaban concentrarse. En un paneo general pudo ver la huella de un zapato sobre la delicada mesa de centro y dos patrones de salpicaduras entre los bouquet del papel tapiz a cada extremo de la sala, bajo los que yacían dos cuerpos más. Respirando profundamente, levantó la mirada al techo en una nueva ráfaga de ira contenida...
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